sábado, 25 de marzo de 2017

Tu eterno perfume

Si nosotros viviéramos
lo que la rosa, con su intensidad,
el profundo perfume de los cuerpos
sería mucho más.

¡Ay!, breve vida intensa
de un día de rosales secular,
pasaste por la casa
igual, igual, igual,
que un meteoro herido, perfumado
de hermosura y verdad.

La huella que has dejado es un abismo
con ruinas de rosal
donde un perfume que no cesa hace
que vayan nuestros cuerpos más allá.


                                                            Miguel Hernández





A veces puedo escuchar tu voz, pero por mucho que corra, cuando llego ya te has ido, dejándome ese aroma tan tuyo a rosas mojadas que demuestran tu presencia y mi cordura.
Microcuento

domingo, 12 de marzo de 2017

Suicidio mental

Le gustaba asomarse a la ventana y pensar como sería todo si él no estuviese ahí. Si él no hubiese nacido. Cerraba los ojos con fuerza, y se imaginaba a su familia sin él, a sus amigos sin él. Sabía que no era indispensable, al fin y al cabo nadie lo es. Pero también sabía que no podía desaparecer así como así, ya no. Había gente que lo quería, eso lo tenía claro. Pero simplemente sentía que todo iría mejor si nunca hubiese existido. Le caían lágrimas, asomado a la ventana, día tras día. Quería volar, escapar. Pero sabía que no podía hacerles eso, ya no. Era tarde. Simplemente tenía que limitarse a existir, a seguir respirando, a seguir sintiendo que sobraba. Sabía que la vida era un gran regalo, lo sabía de sobra. Era consciente de la suerte que tenía, de lo afortunado que era. Por eso mismo preferiría no existir. No se sentía merecedor de estar vivo, de poder disfrutar de tantas cosas buenas. Demasiados errores cometidos a lo largo de su vida, demasiado daño había causado ya. Odiaba hacerle daño a la gente que le quería, a la gente a la que quería. Y se odiaba por ello. Por eso mismo preferiría no existir, pues sería el mejor regalo que podría haberles hecho a esa gente a la que quería, para que fuesen más felices, para que no sufriesen por su culpa. Le gustaba coger algo afilado, asomado a la ventana. Así, cuando se quedaba sin lágrimas en los ojos, podía llorar por la piel. Sabía que no podía desaparecer, pero se sentía bien imaginándolo. Por la pierna le resbalaban pequeñas gotas de sangre. Nadie podía enterarse, nadie podía preocuparse por él, ya había causado demasiado mal. Por eso hacía tiempo que había decidido callarse las cosas, ocultar sus heridas del alma y de la piel. Corte tras corte, lágrima tras lágrima, se iba calmando. Ya no sabía cuántas decepciones había causado, pero no quería causar ninguna más. Así que decidía seguir respirando. Siempre lo hacía. Y sabía que siempre tomaría esa decisión. Porque ya era tarde para abandonar este mundo; ya era tarde para desaparecer.